La semana anterior hablábamos sobre la
importancia de las habilidades de adaptación a los entornos cambiantes en los
que las organizaciones se ven inmersas. En este sentido es importante comprobar
qué tipo de profesionales estamos incorporando a nuestros equipos. No son pocos
los gerentes que buscan personas ordenadas, cumplidoras, disciplinadas al fin y
al cabo. Huyen de perfiles dinámicos o retadores que puedan generar cierta
inquietud en el día a día de la organización.
De nuevo nos enfrentamos al inmovilismo
de la zona de confort. Esta vez a través de terceros que nos puedan
desequilibrar en nuestra forma de hacer las cosas o llevar la contraria a la
hora de recibir instrucciones. Sin embargo, ¿qué es más valioso un autómata que
cumple órdenes sin discutir, o un colaborador con criterio propio que puede
aportar más allá de la ejecución de lo que se le ordena?.
Aunque la respuesta a esta pregunta
parece clara, la realidad dista mucho de lo que aparentemente cuenta con una
lógica aplastante. Lo cual es normal. Estar rodeados de personas retadoras, a
pesar de que suelen ser las más comprometidas, nos genera inseguridad, nos
obliga a cierta tensión a la cual un empleado plano nunca daría lugar. Sencillamente cumpliría instrucciones y
jamás las pondrá en tela de juicio.
Ser gerentes nos produce una sensación de
tener más capacidad que el resto del equipo para analizar o resolver
situaciones, para tomar decisiones al fin y al cabo más acertadas por nuestra
experiencia o conocimiento superior. Decía el escritor español Jacinto
Benavente que "la disciplina consiste en que un imbécil se haga obedecer
por otros que son más inteligentes". Quizá lleguemos a creer que somos más
inteligentes por el mero hecho de ostentar un determinado cargo logrado con el
paso del tiempo o de manera fortuita.
Como veníamos comentando la semana
pasada, la experiencia en un entorno en continua evolución puede no servirnos
de nada. Una nueva tecnología, el cambio en las tendencias de comportamiento de
los consumidores o una variación en el marco competitivo en el que nos
desenvolvemos, pueden variar drásticamente todo aquello que la experiencia nos
ofrecía. De ahí que nuestros colaboradores, más que meros ejecutores de
órdenes, se conviertan en amplificadores de nuestra capacidad de cambio y
adaptación.
El ser humano tiene la tendencia a pensar
que cuando alguien rebate sus argumentos es porque se le quiere contrariar. Sin
embargo, si analizamos el hecho de que un empleado nos ofrezca una opinión
diferente a la nuestra, caeremos en la cuenta de que se trata de alguien
preocupado por el éxito de la organización. De lo contrario, preferiría callar.
No hay que confundir la actitud retadora
de un profesional comprometido con otro tipo de comportamientos, como la de los
empleados que protestan porque sienten que una decisión les afecta en el plano
personal o económico. Tampoco con aquellos otros que, en su ansia por escalar,
se atreven a opinar sobre todo con el objetivo de llamar la atención. No olvidemos
que, como dijo Faustino Sarmiento, la ignorancia es atrevida.
Francisco Avilés R.
Socio-director Cross&Grow
faviles@crossandgrow.com
Publicado en el diario La República de Costa Rica.
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