Hace muchos años un extraordinario
profesor de una importante escuela de negocios renunció a su puesto porque no
se sentía bien remunerado. La gerencia de la escuela le informó de que no podía
pagarle más, porque ese era el baremo para un profesor con su formación
académica y experiencia. "No podemos hacer excepciones, tenemos que
tratarlos a todos por igual", le comentó el rector de la escuela en mi
presencia. El profesor replicó sin pestañear al rector: "no hay mayor
injusticia que tratar por igual a los que son diferentes".
Con la renuncia del profesor las quejas
de los alumnos no tardaron en llegar. Algunos incluso llegaron a pedir la
devolución y abandonar sus programas. Mientras los profesores más mediocres se
repartieron sus horas lectivas y algunos fueron ascendidos el siguiente curso.
Esta lección nos hace reflexionar sobre
cómo estamos tratando a nuestros colaboradores más destacados. Analizar cómo
estamos reconociendo y retribuyendo a nuestros mejores colaboradores.
¿Reconocemos y retribuimos el esfuerzo y el compromiso más allá de las normas o
nos limitamos a mantener la supuesta meritocracia que imponen los manuales y
los reglamentos internos?.
Al empleado mediocre no le conviene que
los gerentes vean más allá de los mecanismos artificialmente creados por los
manuales de procedimientos y por la regulación laboral de turno. En realidad es
lo único que les interesa. Días de vacaciones, aumento salarial por ley,
feriados obligatorios, salarios en especie, etc. No dan un solo minuto de su
tiempo libre por la organización, pero exigen cuando algún empleado es
recompensado por un rendimiento excepcional. El famoso "o hay para todos,
o hay patadas".
Nos causan cierta hilaridad estas
afirmaciones pero, si vemos cuál es la realidad que nos rodea, quizá caigamos
en la cuenta de que la mayor parte de nuestros colaboradores viven parapetados
en el confort de los manuales de procedimientos. Otros blanden, cual espadas de
Damocles, los textos legales para mantener sus privilegios sin necesidad de
entregar un ápice de su tiempo o su inteligencia al servicio de la organización
que les da de comer. Incluso algunos tratan de inventar procedimientos y reglas
que constriñan aún más la posibilidad de crecimiento de los mejores, de forma
que ellos nunca queden señalados en su mediocridad.
Así en la mayoría de las organizaciones
grandes o pequeñas, públicas o privadas, no triunfan los mejores. El triunfo
recae sobre los mediocres mejor conectados, o aquellos con más recursos para
reclamar sus derechos, o aquellos que tienen la habilidad de mentir o intrigar
para destacar por encima de sus capacidades reales o sus resultados.
Para colmo de males, los mediocres se
rodean de más mediocres, porque ven a los profesionales mejor capacitados como
una amenaza y no como una oportunidad de crecimiento.
Como gerentes debemos evitar rodearnos
de mediocres. De autómatas que sólo saben mover la cabeza afirmativamente, pero
que no entregan nada más que su tiempo laboral y lo justo y necesario para
lograr su cumplimiento: cumplo y miento.
Francisco Avilés R.
Socio-director Cross&Grow
faviles@crossandgrow.com
Publicado en La República de Costa Rica.